Un debate más viejo que el fútbol

 Cuando casi hace dos siglos, unos señores se reunieron en Londres, en la taberna Freemason para unificar un código único para el fútbol, una de las reglas que quedaron claras fue la siguiente: El partido lo gana aquel que consigue marcar un gol más que su adversario. Desde ese momento, hemos asistido a diferentes visiones e interpretaciones del juego, pero con un único objetivo, marcar un gol más que el contrario.


 Durante estos más de 150 años, hemos visto a la Hungría de Puskas, posiblemente el ballet hecho fútbol, pero sin embargo una máquina de hacer goles. Para la historia, quedará aquella exhibición en Wembley ante los inventores del fútbol. En este siglo y medio, también hemos visto al nacimiento del Catenaccio, y no por parte de un equipo italiano cómo comúnmente se piensa, sino por un entrenador austriaco del Servette suizo. El señor Karl Rappan, se convirtió en seleccionador suizo, y en el Mundial del 38 decidió ponerlo en práctica. El sistema, consistía en variar el habitual 3-2-5 que utilizaban todos los equipos, retrasando a uno de los medios cómo líbero y al otro cómo marcador. De esta manera, el señor Rappan se cubría las espaldas ante los potentes ataques que le esperaban en aquella cita. Desde aquel momento, nacía una forma de entender el fútbol que lo cambiaría para siempre. Aquellos eran años de goles, de delanteros, de extremos tan veloces que eran prácticamente inalcanzables. Por poner un ejemplo, el Real Madrid ganó sus primeras cinco Copas de Europa con cinco delanteros. Una de aquellas delanteras mágicas, fue la formada por Gento, Puskas, Rial, Kopa y Di Stéfano. Los defensas contaban menos, aunque los había y muy buenos. En ese mismo equipo, había defensores cómo Manolo Sanchís (padre) o Santamaría, por poner un ejemplo.  

 Ha habido y habrá equipos que han practicado un fútbol delicioso, y que ha levantado a los espectadores de sus asientos. El ya citado Real Madrid de Di Stéfano, que jugó el que dicen fue el mejor partido de la historia del fútbol en aquella final de Copa de Europa en Hampden Park ante el Eintracht de Frankfurt, en el que el resultado fue de 7-3 para los blancos. La Brasil de Pelé y Garrincha en el 54 y el 58, que deleitó a los europeos con un fútbol alegre que no se había visto nunca en el viejo continente. También vimos como la grande Inter, aquel equipo liderado por el gallego Luis Suárez, y entrenado por Helenio Herrera dominaba Europa con un fútbol un poco más defensivo. Luego vimos cómo el fútbol se convertía en un juego físico, y el Mundial del 66 nos dejó a una estrella que era Eusebio. El portugués, un prodigio físico y técnico, lideró a su selección y sobre todo a su equipo, el Benfica, para convertirse en el mejor jugador del momento. En el 70, la que quizá sea la mejor selección nacional de la historia, con permiso de la española actual, Brasil asombraba al mundo de la mano de Rivelino, Tostao, Pelé, Gerson, Carlos Alberto, Jairzinho y compañía. Brasil no solo ganaba aquel Mundial, sino que demostraba que el espectáculo no iba reñido con el fútbol de más alto nivel. Un jugador italiano, al termino de aquella final en la que Brasil atropelló a Italia, declaraba que el pensaba que Pelé era de carne y hueso cómo él, hasta que lo tuvo enfrente aquel día. Brasil, demostró en aquel mundial, una superioridad física y técnica sobre sus rivales que hacía pensar que no habría jamás un equipo cómo aquel. Los que lo vieron, dicen no haber visto nada igual, pero al igual que los vieron a Hungría, o al Real Madrid de Di Stéfano.

 En Europa surgía un nuevo estilo de fútbol, liderado por Rinus Michles y un joven Johan Cruyff. El Ajax se hacía dueño del continente, con el denominado fútbol total. Todos los jugadores del equipo eran un elemento ofensivo, y basaban su juego en el buen trato del balón. Tres Copas de Europa consecutivas fue el saldo de aquel equipo, y el objetivo era sellar esa época dorada con la selección holandesa con la llamada Naranja Mecánica. Sin embargo, tras el robo que sufrieron en Inglaterra 66, los alemanes se convirtieron en dominadores del fútbol. Tanto con la selección, cómo con su amado Bayern. La fuerza, la velocidad y el ímpetu alemán podían con todo, incluso con el fútbol de seda de los holandeses. El fútbol se dividía entre la consistencia alemana, liderada por el defensa perfecto, Beckenbauer, y la magia holandesa liderada por Cruyff. Ambos se repartieron los Balones de Oro de aquella década, dejando claro que algo cambiaba para siempre en el fútbol. Aquella final del 74, se decantó para el rodillo alemán, pero la memoria colectiva siempre quedará el recuerdo de aquella Holanda. Pero vaya usted a decirle a un alemán que aquella final no vale porque Holanda era mejor, en el mejor de los casos lo mandaran a freír kartoffel.

 Llegaban los ochenta,y en Europa comenzaron a dominar los británicos. Primero el Liverpool, y después el milagroso Nottingham Forest, se proclamaban Campeones de Europa por partida doble, para después repetir el Liverpool y un año después el Aston Villa. Era el momento del empuje inglés, de los delanteros altos y de los defensas férreos. Desde 1976, hasta 1984, solo el Hamburgo alemán consiguió ganar una Copa de Europa que no fuera inglesa. A nivel de selecciones, los italianos, cansados de ver cómo los demás se repartían las Copas del Mundo y ellos no ganaban una desde el 38, se presentaron en España con la idea de ganar o ganar. Con un equipo que no jugaba a nada, pero que tenía un delantero en estado de gracia, Italia se llevó el título a casa en aquella final del Bernabéu. En el camino se quedaba uno de los que para muchos, es de los mejores equipos que se han visto. Aquella Brasil del 82, con Sócrates, Zico, Falcao, Cerezo, Junior y compañía, dirigidos por Tele Santana, volvía a deleitar al mundo con un fútbol de seda, Sin embargo, el hat-trick de Rossi en el segundo grupo los mandaba a casa sin remedio. Una vez más, el equipo que mejor jugaba se iba a casa. Pero en los ochenta aparecía un jugador que lo cambiaría todo, y no era otro que Diego Armando Maradona. Ya en aquel Mundial, el marcaje de Gentile advertía del potencial peligro de Maradona. Llegó el Mundial del 86, y una Argentina que tenía un equipo serio y poco más, se llevó la Copa a casa gracias a que tenía al mejor jugador del mundo. Maradona ganó los cuartos de final sólo, las semifinales sólo y la final la ganó con un pase para la historia a Burruchaga. Ni siquiera la Alemania dirigida por Beckenbauer, y con Rummenige, Voller y Mathauss en el campo pudieron con Diego. Aquella Argentina de Bilardo, era un equipo hecho a la imagen y semejanza de su entrenador. Enormes en defensa, con una presión asfixiante y sin dejar de aplicar la picaresca argentina, pero con un elemento diferenciador que hizo que se trajeran la Copa, y ese no era otro que Diego. Los argentinos quisieron repetir la fórmula en Italia 90, pero Alemania ya se sabía el truco y no se dejó sorprender. Aquel verano en Italia no hubo espectáculo, y Argentina llegó a la final tras sendas tandas de penalties. Hubo un campeón, pero no hubo juego.

 Llegaban los 90, y con ellos el SuperMilan de Sacchi. El italiano, perfeccionó un sistema defensivo que tenía cómo referencia a uno de los mejores centrales de la historia, el señor Baresi, que contaba con la colaboración del joven Maldini y de Tassotti. Además, contaba con tres holandeses que dotaban de un dinamismo y una calidad al equipo que lo hacía menos italiano. Gullit, Rijkaard y Van Basten, junto a la legión de Sacchi, dominaron Italia y Europa para desesperación de la Quinta del Buitre. Los blancos, tenían una de las mejores plantillas de su historia, y dominaron la Liga española durante cinco años consecutivos. Batieron el récord de goles, e hicieron un fútbol que siempre será recordado en el Bernabéu, pero cuando llegaba el turno de la Copa de Europa, su particular némesis italiano lo hacía volverse para casa. Los Maldini, Baresi, Ancelotti y compañía bailaron al Real Madrid en aquel inolvidable 5-0. Nuevamente, el que más bonito lo hacía se iba para casa con el rabo entre las piernas. Llegó el Mundial del 94, y una Brasil irreconocible, más europeizada que nunca, se topaba con su alter ego en la final. La Italia de Sacchi, veía enfrente suya un equipo a su imagen y semejanza. Brasil tenía a Bebeto y Romario, con Mazinho, Dunga y Mauro Silva cómo guardaespaldas. Por su parte Italia, tenía a Baggio y a Signori, protegidos por Albertini, Dino Baggio y Donadoni. Los penalties decidieron aquella final, pero nadie recuerda un equipo que deleitara al mundo por su fútbol. En España comenzaba el reinado de Cruyff y de su Barça, con un juego que se parecía a aquel que había practicado con su selección en el 74. Bien es cierto, que Cruyff asumía demasiados riesgos, lo que hacía que aquel equipo marcara muchos goles, pero que también los encajara. Cuatro Ligas, tres de ellas en la última jornada, fueron el balance de un equipo que deleitó a Europa. La final de Wembley, fue la culminación de una idea y del sueño de una afición que deseaba esa Copa de Europa desde hacía años. El reinado del Barça en Europa solo duró un año, y cuando volvió a una final, dos años después, fue aplastado sin compasión por el Milan de Capello. Aquel equipo del italiano, conjugaba lo mejor del Milan de Sacchi con la nueva hornada de jugadores físicos que desembarcaba en el fútbol europeo. Los Desailly, Massaro, Maldini, Boban y Savicevic fueron demasiado para aquel Barça y en sesenta minutos liquidaron al equipo culé. 

 Con el final de siglo, llegaba el poderío francés. Los franceses, con una selección compuesta por jugadores de ascendencia de antiguas colonias, para desesperación del Frente Nacional de Le Pen, conjugaba el poderío físico de sus jugadores con la magia de Zidane. Los Thuram, Desailly, Pires, Zidane, Djorkaeff o Vieira, todos hijos de inmigrantes, hacían de una selección multicultural el emblema de una nueva época en el mundo del fútbol. El triunfo de aquella Francia, fue el triunfo de la globalización y de la integración. Un equipo rocoso en defensa, con Blanc, Desailly, Thuram y Lizarazu. Con Petit, Deschamps y Vieira en el centro del campo, Zidane por delante de ellos, Djorkaeff en una banda, y Pires en la otra. Arriba Henry, Trezeguet o Dugarry. Un equipo muy físico, con mucha calidad, pero con muchísima fuerza y velocidad. Francia no enamoró al mundo, pero implantó el modelo del centrocampista africano, alto y fuerte cómo camino al éxito. El mundo del fútbol ya no buscaba Albertinis, ni Schusters, desde ese momento el jugador ideal era un Diarra, un Essien o un Vieira. En la Eurocopa del 2000, Italia desplegó el mejor fútbol que le he visto jamás. En la final salió a atacarle a la todapoderosa Francia, y desplegó un juego que no había visto nunca en los transalpinos. Sin embargo, los italianos tomaron de su propia medicina y vieron cómo en la prórroga los franceses se llevaban el título con el gol de Trezeguet. Los italianos aprendieron la lección, y años después se tomaron la venganza en Alemania, con un juego romo y plano se llevaron su cuarta copa. Mientras tanto, en el fútbol europeo no había dominador claro, de hecho no lo ha habido hasta ahora. Nadie ha conseguido repetir campeonato en la Liga de Campeones, pero ha habido equipos que si que han alternado títulos. El Real Madrid, que ganó tres en cinco años, fue quién más se acercó a establecer una racha de títulos, pero siempre era cortada por alguien. Aquel Madrid de los Galácticos solo pudo hacerse con una, y Ronaldo Nazario entre otros, tuvo que retirarse sin ganar ninguna. Comenzó el tiempo de Mourinho, que ganó aquella Champions ante el sorprendente Mónaco de Morientes. Los de Mou no dieron opción a los de Monte Carlo en la final, pero antes sufrieron para eliminar al Deportivo. Luego vendría la histórica final de Estambul, en la que el Liverpool remontó un 3-0 al Milan y se llevó el título en los penalties. El Barça de Ronaldinho y Rijkaard ganaba al año siguiente al mejor Arsenal de todos los tiempos, pero si el fútbol fuera justo, aquella final la tendría que haber jugado un Villareal que enamoró a Europa. No había un claro dominador en Europa, hasta que llegó Pep. 

 Con la llegada del de Sant Pedor al banquillo del Barça, se volvió a instaurar el modelo del toque y la posesión. Un equipo que dejó boquiabierto al mundo del fútbol, con una precisión milimétrica, una calidad sublime y un brazo ejecutor llamado Lionel Messi. El argentino, se convirtió en el mejor del mundo con Pep, y el Barça en una máquina de entretenimiento y espectáculo. Nunca se había visto tan buen juego, combinado con una defensa tan sobria y con tan buenos resultados. Guardiola y su equipo arrasaron España, Europa y el Mundo por este orden. Seis de seis en el primer año, y catorce títulos de dieciocho posibles en su etapa cómo técnico culé. Esto coincidía con la asunción de la selección española de un estilo propio, que los hacía campeones de todo. Primero con Luis Aragonés, y después con Del Bosque, los españoles desterraron el mito del jugador físico y fuerte. España demostró al mundo que un chico de Fuentealbilla, no muy alto, ni muy fuerte, rodeado de tipos cómo él, podían maravillar al mundo. La Eurocopa del 2008 y el Mundial del 2010, son la culminación de una idea y un estilo. Todos sabían cómo jugaba España, pero nadie pudo frenarlos. El talento, la calidad técnica y el trato del balón de los españoles hizo que el mundo del fútbol se tuviera que rendir al juego español. Todo el mundo quería ver a España, pero rápidamente comenzaron las críticas. Los que no comulgaban con Guardiola o Del Bosque, criticaban el juego de España por demasiado previsible y sin un plan B.

 Mientras tanto en España, el Real Madrid fichó al único entrenador que había conseguido batir a Guardiola. Mourinho, que con su Inter planteó el mayor cerrojazo que se recuerda en la vuelta de aquellas semifinales de Champions en el Camp Nou. Con el escudo de la expulsión de Motta, en la que Busquets hizo demasiado porque así fuera, Mourinho echó a todo su equipo atrás y logró el milagro en la noche de los aspersores. Luego ganaría la Champions en el Bernabéu ante el Bayern de Van Gaal, y era el elegido para el banquillo madridista. Mou aterrizaba en Madrid con una sola misión, acabar con el reinado de Pep. Traicionándose a sí mismo, Mourinho se presentó en el primer partido en el Camp Nou con la idea de jugarle de tú a tú al Barça. La consecuencia fue el famoso 5-0 de los de Pep, y eso hizo aprender a Mou. En la final de Copa de ese año, el Real Madrid jugó con sus armas al Barça y asestó el primer golpe al proyecto de Pep. En una lucha de egos jamás vista, además de una lucha de estilos, Guardiola y Mourinho enfrentaron al mundo del fútbol. Cómo pasara con Menotti y Bilardo, el mundo se separaba en Mourinhistas y Guardiolistas. Por un lado la posesión y el toque, por el otro la defensa y el contragolpe. La primera Liga se la llevó Guardiola, y eliminó a Mourinho de la Champions en aquella semifinal tan polémica, para llevarse el título en una final en la que el Manchester quedó retratado ante el juego culé. La Copa fue para Mou, pero en la memoria quedará para siempre su famosa rueda de prensa con los ¿por qué?. Al año siguiente, Mourinho ganaba la Liga de los récords, y ambos caían en semifinales de la Champions tras una temporada en la que se enfrentaron demasiadas veces. Sus equipos llegaron fundidos al tramo final, y lo pagaron en las semifinales. Guardiola se iba, y dejaba a Mourinho sólo. El portugués ya no tenía a su mayor rival enfrente, y Guardiola se tomaba un año sabático.

 Cuando parecía que el mundo se había calmado, Guardiola volvía a entrenar y Mourinho regresaba a Londres. Parecía que el foco se alejaría de ellos, pero el debate ha vuelto con las semifinales de Champions. Para algunos, parece que ayer se jugaba un Real Madrid-Guardiola, o que simplemente era la forma de devolverle a Pep todo el "sufrimiento" que les había infligido. Los mourinhistas querían que Pep cayera de la manera más dolorosa, y así fue. Tras la inútil posesión del Bernabéu, en la que el Bayern sobó y resobó el balón sin ningún peligro, todos esperaban a Pep en la vuelta. El 0-4 de ayer, no fue más que la consumación de una venganza que carece de sentido. Sin embargo, todos los mourinhistas, anti-guardiolistas y demás antis y pros, celebraban más la dolorosa derrota de Pep que la victoria madridista. Por otra parte, los anti-mourinhistas, se cebaron con el portugués tras la ida en el Calderón. Que si ultradefensivo, que si cobarde, que si así no se puede jugar...etc. Hoy, seguro que Mourinho planteará otro partido, y cuando finalice el mismo tendremos todo tipo de opiniones y calificaciones. 

 La conclusión de este artículo es la siguiente, el fútbol tiene sus diferentes variantes y sus diferentes visiones. Ninguna es una verdad universal, ni la de Mourinho, ni la de Guardiola, ni la de Ancelotti, ni la de Simeone, ni la de Cruyff, ni la Tele Santana, ni la de Rinus Michels, ni la del señor Rappan. El fútbol es un juego, en el que cada uno saca el mayor provecho que puede de sus jugadores. Cómo ha quedado demostrado en este artículo, no siempre gana el mejor. Ha habido equipos que han ganado sin merecerlo, pero han ganado, y otros que lo han merecido mucho y no lo han hecho. La única diferencia siempre ha sido la misma, la que aquellos señores de la taberna Freemason dictaron aquel día hace 150 años. En el fútbol gana y seguirá ganando aquel que meta un gol más que su rival. Eso seguirá siendo así siempre, y dará igual quién tenga la posesión o quién salga con quince defensas, al final lo que vale es ganar. Desde mi punto de vista, siempre preferiré ver a un equipo que trata bien el balón. Sin embargo, jamás podré poner una pega a un equipo que gana un partido o un campeonato, básicamente porque ha conseguido meter un gol, o ha conseguido un punto más que su rival, y por algo será. El resto, es un debate que cómo ha quedado demostrado, es más viejo que el fútbol. 

Comentarios

Entradas populares de este blog

Resume Barcelona-Granada

Último baile en Berlín

Sobre la vuelta de Bezema