Real Club Celta de Vigo, más que un equipo de fútbol

   Como buen amante del fútbol, todo tiene un comienzo. Y mi comienzo no es otro que el club de mi ciudad, el Real Club Celta de Vigo, los primeros recuerdos que tengo de fútbol los viví en la grada de Balaídos. Por ello, hoy voy a rendir homenaje a mi equipo, porque para mí es algo más que un equipo de fútbol. El Celta es un sentimiento y sobre ese sentimiento escribiremos hoy.

 

  Corría el año 1923, cuando el Fortuna y el Vigo llegaban al acuerdo de fusionarse, nacía el Real Club Celta de Vigo, y con él nacía el sentimiento de muchos vigueses y gallegos. Mi primer recuerdo de Balaídos, me lleva de la mano de mi abuelo, a la grada de Fondo, que no tenía asientos, y en un estadio en el que imperaba el cemento. El Celta estaba en Segunda y en aquella época, cualquier niño que pasara de la mano de un adulto pasaba gratis. Recuerdo que disfrutaba viendo cualquier partido, además de por el espéctaculo, porque mi abuelo me compraba pipas y Coca-Cola para amenizar el encuentro. El domingo era un día de fiesta, veía fútbol y me pasaba la tarde de un lado para el otro para llegar al estadio. Recuerdo que mi abuelo siempre me decía, a ver cuando nos dan una alegría. Y desde aquel día, me ha dado muchas alegrías, muchísimas. Continué asistiendo a Balaídos siempre que podía, el primo de mi padre me llevaba junto a su hijo a Río Alto muchas veces, o un amigo de mi abuelo a Río Bajo. Siempre encontraba la manera de ir al estadio, porque la sensación de entrar en Balaídos, aún a día de hoy, sigue despertando la ilusión de aquel niño. 

   Mi primer mal recuerdo fue la final de Copa del 94, ante el Real Zaragoza, en la que el Celta perdió por penalties, con el ya famoso penalty de Alejo. Los días previos a la final, fueron un hervidero en la ciudad, era la primera final desde los años 40, y la ilusión del celtismo se depositó en aquel penalty que Alejo falló. Luego vinieron tiempos duros, siempre al borde del descenso, luchando por la permanencia, peleando cada partido y sin apenas brillar, pero era el Celta. Y nunca lo podía dejar solo. Siempre tenía que ver el partido, siempre lo intentaba, y sino lo oía por la radio. Pero siempre estaba pendiente de él.

   Y entonces llegó la época en la que por fin me hice socio, mis padres, haciendo un gran esfuerzo económico, nos hicieron socios a toda la familia, ellos dos, mi hermano y yo. Ocupábamos nuestros asientos en la grada de Marcador, en la fila al borde del pasillo. Nuestro primer año como socios, fue el año en el que el Celta se salvó en la última jornada, ganando a aquel Madrid ya campeón de Capello por 4-0. La locura fue total, y los cuatro volvimos a casa con una sonrisa en la cara. Luego vino la etapa de Irureta, que llevó al Celta a dar un pasito más. Pero el momento culmen llegó con Víctor Fernández, el Celta enamoraba a Europa con un fútbol de seda, los Mazinho, Makelele, Michel Slagado, Penev, Revivo, Karpin, Gustavo López y sobre todo Mostovoi, hacían que ir a Balaídos fuera un placer. Daba igual que lloviera, que el sol quemara, que fuera de noche, que fuera de día, contra el Mérida, contra el Madrid, contra el Liverpool. Ir a Balaídos era una delicia, ganaran o perdieran sabías que te lo ibas a pasar bien. Los grandes de Europa se arrodillaban ante aquel superequipo. Jugaban a un toque, a dos, con desplazamientos en largo, combinaciones rápidas, goles espectaculares y sobre todo con una alegría contagiosa. El aficionado celtista salía siempre satisfecho. A esa época dorada solo le faltó un título. La final de Copa pérdida en Sevilla contra el Zaragoza, aquella eliminación en Uefa contra el Marsella y el robo de Markus Merk en Balaídos contra el Barça en cuartos de la Uefa nuevamente, fueron las mejores ocasiones de cerrar un ciclo prodigioso. Pero al aficionado que tuvo la suerte de ver a aquel equipo, siempre le quedará en la retina aquel juego que enamoró a Europa. El día que sonó la música de la Champions, el estadio de Balaídos, rugió como nunca, era un grito de éxtasis, que culminaba la espera de un sueño que nunca llegaba. El Celta por fin llegaba al lugar que tanto deseaba, y el sueño fue bonito, y cuando terminó, todo se desmoronó.

    No siempre se puede disfrutar, la época dorada se acabó, y el Celta tras haber tocado el cielo y conseguir jugar la Champions, cayó al pozo de segunda, de donde fue capaz de volver para caer de nuevo. Cinco años en el ostracismo, incluso con un agónico triunfo contra el Alavés, el día que Aspas comenzó a enamorar al celtismo, que permitía al Celta no bajar a Segunda B. Desgraciadamente, debido a problemas económicos, tuvimos que dejar de ser socios. Pero yo seguía siguiendo al Celta. En Primera, en Segunda, donde fuera. Hace dos años, tuve la oportunidad de volver a Balaídos, en el partido contra el Xérez, y volví a sentirme como aquel niño. Tuve la misma sensación que cuando mi abuelo me llevaba de la mano, que cuando iba con mis padres. Luego presencié el partido del ascenso, aquel pacto de no agresión entre el Celta y el Córdoba, no pude evitar las lágrimas con el pitido final. El Celta volvía al lugar del que nunca debía haberse ido.

   Y la pasada temporada tocó sufrir de nuevo, el Celta llegó a la última jornada con un 4% de posibilidades de salvarse, y el empuje de la afición y el corazón que pusieron los jugadores en el partido contra el Espanyol, unido a la necesidad de la Real Sociedad de ganar al Deportivo, obraron el milagro. El Celta se salvaba en la última jornada, se quedaba en primera, y las lágrimas de Aspas eran las lágrimas del celtismo. Lágrimas de felicidad, de tristeza por la marcha del ídolo, y lágrimas por una presión que casi acaba con algún seguidor vigués. Este año, el proyecto de Luis Enrique pinta muy bien, se han hecho muy buenos fichajes, se ha confiado en la cantera y se apuesta por el buen fútbol. Los resultados dirán si es o no un buen proyecto, pero a priori parece cuanto menos ilusionante.

    Al Celta le debo mi amor al fútbol, a este deporte que defenderé siempre, defenderé siempre a los jugadores que me hagan disfrutar, a los entrenadores que me hagan entender nuevos conceptos, pero para mí el Celta siempre será algo más que un equipo de fútbol. Un sentimiento que pase lo que pase nunca cambiará. Algunos seguimos esperando que vuelvan los tiempos de aquel Celta glorioso, pero lleguen o no lleguen, yo siempre estaré animándolo, como se canta en Balaídos: " Celta yo te sigo a todas partes, te llevo en el corazón".

   Sempre Celta!!!!

 

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